sábado, 7 de mayo de 2011

Carta de una periodista

¿Sabéis lo único bueno de estar en el paro? Que puedo escribir y hablar de política, hacerlo de verdad, sin tapujos. Porque no tengo que rendir cuentas a un redactor jefe, que a su vez huele bajo la falda de una editora, la cual estira mensualmente la mano tras doblegar cada una de las páginas del periódico que (mal)dirige, ante el empresario de turno. Como en tiempos de caciques, “quien paga, caga” y los demás  más vale que gocemos el estreñimiento.
Estoy harta de la constricción periodística, de la hipocresía de una profesión que ni el “plumilla de turno” es capaz de escaparse de ella, y todo se alimenta en un círculo vicioso en el que muchos se quejan pero malviven porque el conformismo ha ganado la batalla.
Ahora estoy en paro por la crisis, por la reforma laboral, los contratos temporales,  la prolongación de la edad de jubilación, la falta de sueldos y plazas para becarios… pero probablemente en un futuro seguiré siendo una periodista en paro, por hablar demasiado, pensar demasiado y acatar demasiado poco.
Mis colegas de profesión, amordazados, son incapaces de constituir una amenaza al sistema imperante. Sufren un extraño Síndrome de Estocolmo, un letargo indefinido, donde creen representar la voz crítica, sin darse cuenta que siempre es crítica con los mismos y prudente, incluso ensalzadora, con los de siempre.
Me dan igual las excusas  de la crisis de los medios, la refundación del periodismo, la web 2.0, y demás intentos de evitar el problema fundamental: no hay una reflexión sincera y honesta acerca de la relación periodismo y servicio público. No la hay porque no interesa a los bolsillos agradecidos, a los acomodados de sillón y a los que venden su alma al diablo con tal de conseguir el puesto de turno.